Cada cosa a su tiempo dice el conocido refrán recordándonos que se debe realizar cada acto en el momento más oportuno o favorable. Son palabras que decimos normalmente a los impacientes.
Cada cosa a su tiempo. Nos hemos acostumbrado a vivir deprisa y a esperar una respuesta rápida en todo. Nos inquietamos si no recibimos un mensaje de WhatsApp, en la cola del supermercado o con las luces rojas de un semáforo, sufriendo más de la cuenta y estresándonos.
La necesidad de inmediatez nos confunde cuando se extiende a planos que no requieren velocidad y nos deja en la superficie de las cosas. Y al final nos acostumbramos a vivir en la superficialidad devorando estímulos basura. Como dice Carl Honoré en Elogio de la lentitud, un libro maravilloso que os recomiendo:
“La velocidad en sí misma no es mala. Lo que es terrible es poner la velocidad, la prisa en un pedestal… Al principio era sólo el terreno laboral pero ahora ha contaminado todas las esferas de nuestras vidas, como si fuera un virus”.
No, no es la velocidad, es que cada tipo de arroz tiene un tiempo de cocción, la mariposa requiere su proceso para salir del capullo… y para entrar en un puerto hay que navegar más despacio, como esta foto que tomé ayer por la mañana en el puerto del lugar donde vivo, recordándome la necesidad de lentitud.
La idea es actuar con rapidez cuando tiene sentido. ¿Qué sentido tiene entrar en un puerto a mucha velocidad? Lo más probable es que colisiones además de hacer olas muy incómodas para el resto de los barcos.
“La paciencia es necesaria, uno no puede cosechar inmediatamente lo que ha plantado”. Soren Kierkegaard
Se conoce como la Gran Aceleración al fenómeno de rápidas transformaciones socioeconómicas y biofísicas que se inició a partir de mediados del siglo XX como consecuencia del enorme desarrollo tecnológico y económico acontecido tras el final de la Segunda Guerra Mundial y que ha sumido al planeta Tierra en un nuevo estado de cambios drásticos.
Creo que una de las formas de paliar las consecuencias de dicha aceleración es que cultivemos la paciencia. A mí me ha cambiado la vida cultivarla con herramientas como la meditación, por ejemplo.
La meditación, sobre todo al principio, es un ejercicio de paciencia, de constancia. Una de las actividades favoritas de la mente es vagar por el pasado y el futuro y perderse en pensar. Y hay pensamientos que vienen con mucha urgencia con un “tengo que hacer esto o lo otro”.
Cuando empecé a meditar me llamó mucho la atención mi narrativa mental acelerada plagada de pensamientos de urgencia, y lo que me dejaba arrastrar por ellos. Era una ardua lucha mantenerme sentada meditando 30 minutos. A veces, dejaba de meditar y me ponía a escribir un mail que podría esperar 15 minutos, y a medida que iba meditando más me daba cuenta de lo absurdo que era levantarme y ponerme a hacer otra cosa. Y eso se ha extendido a muchas áreas de mi vida. He ido aumentando el tiempo libre y el disfrutar en profundidad de las cosas. Y cada vez necesito menos. Porque cuando disfrutas en profundidad no estás buscando un sustitutivo tras otro.
Esos pensamientos urgentes del tipo “tengo que contestar a Juan” todavía siguen apareciendo, y sé que seguirán como propuestas de un cerebro que prioriza la supervivencia pero los observo y no me dejo arrastrar o lo hago muchísimo menos. Y eso me hace sentir más fuerte y estar más en mí y no en lo que se lleva o lo que dictan otros.
Y es que cuando la gente se va de este mundo no suele plantearse que debería haber trabajado más horas y tener acumuladas más cosas. Lo que más aparece a las puerta de la muerte son cuestiones que hacen referencia a tener una vida más plena, a cumplir tus sueños, a tus seres queridos… y la inmediatez y la impaciencia nos separa de esto.
La impaciencia provoca frustración, irritación y hasta ira. Genera estrés continuado al no ejecutarse las situaciones en el tiempo que quieres. Además, nos lleva a postergar tareas, cuando no hay paciencia para terminarlas.
Cuando practicas la atención plena cultivas la paciencia hacia tu propia mente y tu propio cuerpo, te recuerdas expresamente que no hay necesidad de impacientarte contigo mismo y aprendes a no impacientarte con el mundo, a observar a qué velocidad se entra en cada puerto, disfrutando del proceso, respetándote a ti, a los demás y a nuestro bellísimo planeta.
Esther Fernández
Consultora-Coach experta en Mindfulness
Estrés, liderazgo y creatividad