La compasión, del latín cumpassio, significa “sufrir juntos”, es un valor del ser humano que es capaz de comprender la situación del otro conectándose desde un sentimiento espontáneo de solidaridad para responder a sus necesidades. No hay que confundir el concepto de compasión con lástima ya que son diferentes: La lástima es un sentimiento pasivo ya que la persona ve que otro sufre, pero no actúa frente a esta situación.
La compasión es una magnífica forma de conectar profundamente con los demás. Algo clave para navegar en estos tiempos de crisis y cambios radicales.
Al sentir compasión nos damos cuenta de que el sufrimiento, el fracaso y la imperfección son parte de la experiencia humana compartida.
La investigación actual sugiere que la capacidad humana para la compasión es una característica de base biológica que compartimos con otros miembros del reino animal. Una perspectiva evolutiva sostiene que las comunidades cuyos miembros se cuidan entre sí tienen más probabilidades de sobrevivir y prosperar (Germer y Siegel, 2012). Estos puntos de vista científicos contemporáneos se complementan con los principios de la mayoría de las tradiciones religiosas y espirituales del mundo, que durante mucho tiempo han considerado la compasión como una virtud esencial.
Y este efecto positivo también se puede ver y valorar en las empresas.Como ejemplo, Harvard Business Review ha diseñado un índice (Global Empathy Index) que correlaciona atributos de buena gestión (con foco en compasión y empatía) y resultados corporativos. En su análisis las mejores compañías (10% superior) han crecido en sólo un año un 50% más en capitalización bursátil que las del 10% inferior.
Con una transformación tan profunda como la que estamos experiementando necesitamos líderes compasivos.
“Las personas olvidarán lo que dijiste y lo que hiciste, pero nunca olvidarán cómo las hiciste sentir” decía Maya Angelou.
Pero a pesar de la importancia central para la salud y el bienestar de las personas y las sociedades, la compasión es difícil de definir. En la mayoría de los diccionarios encontramos que la compasión tiene dos elementos: por una parte primero se describe generalmente como un sentimiento, el dolor, la tristeza, la angustia o la preocupación por el sufrimiento o la desgracia de otro; el segundo es un deseo de aliviar el sufrimiento. Una dificultad con estas definiciones es la implicación de que debemos sentirnos de “cierta manera” para ser compasivos. Creer esto puede resultarnos problemático ya que si no nos sentimos amables o comprensivos cuando nos enfrentamos al dolor y al sufrimiento, podemos suponer que nos falta compasión, lo que puede llevar a una autocrítica, una reflexión y una evitación inútiles o a apartarse de situaciones en las que se necesita ayuda.
En este sentido, resulta útil contemplar también que no es rasgo fijo y que se puede cultivar. La compasión no es algo que tengas o no tengas, sino que puede y deber aprendida y cultivada. La práctica de la atención plena es una forma efectiva de cultivar las habilidades de compasión.
¿La fórmula para cultivar compasión en las organizaciones?
Crear una cultura apasionada por el bien común.
Un error frecuente es pensar que la compasión implica ser blando o débil. El lider compasivo crea valores de equipo, escucha, presta atención y lograr metas con un enfoque basado en el bien común.
La compasión es una actitud que debemos empezar por aplicarnos a nosotros mismos.
Sentir compasión por uno mismo no es diferente de sentir compasión por los demás. Primero, para experimentar compasión hacia alguien, es necesario notar que está sufriendo. Ignorando su sufrimiento, no podemos sentir compasión por lo difícil de su experiencia. En segundo lugar, sentir compasión involucra sentirse movido a aliviar ese sufrimiento de alguna manera. Compasión además significa ofrecer comprensión y bondad cuando alguien falla o comete errores, en lugar de juzgarlo con dureza.
Autocompasión es actuar con esa misma actitud cuando somos nosotros quienes atravesamos momentos difíciles, fallamos, o notamos que algo no nos gusta de nosotros mismos. En lugar de ignorar el dolor, decimos, ¿cómo puedo calmarme y cuidarme en este momento? En lugar de juzgarnos y criticarnos sin piedad por nuestras deficiencias, autocompasión significa ser amables cuando nos enfrentamos con fallos. personales.
Con el mindfulness desarrollamos la capacidad de reconocer la angustia en nosotros mismos y en los demás y aprendemos a llevar la conciencia a los hábitos reactivos, como la crítica y la negación, cultivando el equilibrio emocional frente al sufrimiento. Además, la atención plena fomenta la aceptación de la realidad del dolor y la angustia, dejando atrás los juicios.
Necesitamos personas que estén conectadas consigo mismas, con quienes las rodean y con la comunidad. Necesitamos líderes que sepan poner en marcha un cambio con consciencia y compasión.
Esther Fernández
Consultora senior
Coach experta en Mindfulness